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La persuasión política no guarda relación con el mundo racional. El marketing político reconoce este hecho.

Puede sonar a un radicalismo, pero asumir esta convicción, acerca a cualquier político o candidato al éxito con mayor efectividad que una postura conservadora.

A estas alturas sobra decir que el ciudadano no quiere política, no quiere políticos, y menos perder el tiempo en personajes que asume, vienen a engañarlo. Por regla general esta es una perspectiva más o menos aceptada, pero al mismo tiempo tiene un nulo efecto en las formas de comunicar que se aplican en campañas y gobiernos.

¿Cómo mover entonces la opinión pública a mi favor si mis logros, mis avances, mis credenciales no son relevantes para lograrlo?

Para encontrar soluciones a esta interrogante hay que alejarse de la política y reformular el cuestionamiento ¿Qué personas tienden a persuadirnos con mayor facilidad?

Si dejamos de lado las personas en quién confiamos y que por ello tienen un poder persuasivo enorme sobre nosotros, los «extraños» que logran persuadirnos tienden a ser personas auténticas, similares a nosotros mismos, nuestros iguales, y ante todo, personas que nos «caen bien».

Siempre hemos sabido de la fuerza del carisma, para triunfar en el plano social o profesional, la historia está llena de grandes seductores, pero llevar ese poder al terreno de lo político no es sencillo, pues nos demanda romper las inercias de la normalidad política.

Hacer las cosas distintas y nadar contra corriente es siempre incómodo. Deja la sensación de estarse equivocando.

Pero si lo único seguro es el cambio en este mundo acelerado en el que vivimos, el cambio lo es todo en la política. Si hay un sentimiento generalizado entre los ciudadanos mexicanos y occidentales en este momento, es el deseo de cambio.

Esa fuerza es imposible de explotar convirtiéndose en político. Es decir, en un orador solemne más, en un palmeador de espaldas, un arrullador de bebes, en otro rostro sonriente en camisa blanca colgado de un pendón.

No se escapa de la categoría de «político» siendo ordinario.

El cambio en las formas de hacer comunicación política, surge del cambio de paradigma, el paso más difícil en el proceso de la renovación de las ideas, permitirse la incomodidad de aceptar que todo lo que uno cree que sabe de comunicación o elecciones, posiblemente esté completamente equivocado, o peor aun, que no sirva para nada.

Paradójicamente los políticos menos experimentados, los candidatos menos expuestos a las mañas de la grilla partidista, los más jóvenes y menos viciados, y los independientes, tienden a tener la ventaja en este escenario. La mejor manera de no ser político, es haber estado lejos de ellos.

Quienes tienen la condición de no «parecer políticos», viven el extraño atributo de ser personas de carne y hueso que hablan como yo, piensan como yo, viven como yo, el gran elector.

En el pasado posiblemente habríamos hablado del atractivo de los expertos y su autoridad intelectual como esencia de su potencial persuasivo. Pero largos años han pasado desde que terminará el encanto de los tecnócratas, del gran Tlatoani que usaba el lenguaje para hablar mucho y no decir nada.

Hoy vivimos el mejor momento para los improvisados, quienes en su ignorancia política tienen su mayor fortaleza, aquellos que lejos del poder, con todos los riesgos que conlleva, tienen la ventaja de no «oler» a política.

La persuasión política no opera en el plano de lo racional, porque ni el acto electoral o de evaluación del gobierno parten de un criterio racional. Surgen de la percepción, subjetiva, parcial y sesgada de seres fundamentalmente emocionales. La política no existe en el mundo racional, porque la hacen los seres humanos, los que van por las calles pensando no sólo quién es el candidato menos malo, sino quién es el candidato que les permitirá vengarse del resto.

Asesórese.

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