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En el ámbito político se suele desestimar el impacto de una nota de prensa con el mantra “No soy mosca para que me maten a periodicazos”, la frase se le atribuye a distintos líderes y encierra una realidad comúnmente ignorada por los políticos más noveles: Un medio rara vez tiene el poder destructivo que pretende proyectar.

Ciertamente hay actos detestables, delitos y acciones profundamente inmorales que una sociedad difícilmente perdonaría a un político, y que una vez hechas públicas se traducen en la destrucción de su imagen y con ello de su carrera. El miedo del político está fundado en la posibilidad de un ataque que exhiba un hecho de esas características. En realidad se trata meramente de una fobia producto de la sobredimensión del daño que la prensa puede producir.

La inmensa mayoría de los medios, especialmente los de alcance local viven de convenios con gobiernos municipales y estatales, en años recientes esto se ha pronunciado con el declive de los medios impresos por la creciente oferta digital, pero incluso los principales portales de noticias cuentan con contratos con el gobierno que les permite mantenerse financieramente viables.

Esta condición ha generado diversos vicios, el primero es la baja calidad del periodismo, el segundo es la parcialidad que anula cualquier valor informativo en los medios, y tercero, se ha formado la cultura de “convenir o ser golpeado”, lógica bajo la cual el contenido de la prensa local está dictado desde la línea editorial del chantaje.

Una de las razones de que este sistema de los medios locales funcione tan bien, es lo que podríamos llamar el “sesgo del político”, es decir, la manera cómo el funcionario percibe la realidad de la comunicación política. Esta condición provoca la idea de que la gente común tiene patrones de conducta parecidas a las propias, por ejemplo levantarse y prender la televisión y ver el noticiero de la mañana, subirse a su auto y poner la estación de mayor rating y escuchar los boletines que lee un locutor, llegar a la oficina y tomar un periódico, navegar más tarde por algunos portales de noticias, ir de visita a alguna oficina de gobierno y leer algunas revistas en la sala de espera, etcétera.

No es de sorprender que la menor mención negativa en una nota, columna o intento de artículo periodístico, provoque una preocupación mayúscula en el funcionario: él llega a pensar que los demás están tan interesados como él en lo publicado por la prensa.

La realidad es que los medios, en particular los locales, distan mucho de tener el potencial que aparentan para dañar una imagen, por varias razones elementales que es sencillo ignorar cuando se vive en política y rodeado de reporteros. Para evaluar el alcance de un medio hay que considerar los siguientes puntos.

Rating o tiraje

La práctica común es que un medio impreso exagere su tiraje un 30 porciento con el objetivo de justificar tarifas publicitarias, y describir una distribución que rara vez se cumple al pie de la letra. En ocasiones se dan el lujo de adicionarle un índice de relecturas, un calculo imaginario de cuántas personas comparten una misma edición impresa. La amenaza siempre parece más grande de lo que es, porque el medio necesita aparentar mayor influencia.

Calidad editorial

¿El medio en cuestión hace periodismo o es otro pasquín? Seguramente se trata del segundo caso. Si tiene en sus manos una publicación que informativamente hablando es basura, difícilmente usted será la única persona que opine lo mismo, el resto del público también se da cuenta de las deficiencias y las toma en cuenta para darle peso al medio, o no. La calidad periodística da certidumbre, lo opuesto hace que un lector dude de lo publicado.

Continuidad y contagio

Una vez identificado el impacto del medio, por su tiraje y distribución, hay que considerar si el tema por el que se le menciona tiene vigencia, si puede interesarle al público que se le dé continuidad o no, y si es posible que el tema sea tomado por otros medios, creando una situación más difícil de controlar.

Opinión y veracidad

La gente de a pie no le llama “el mentiroso” al periódico por mero capricho, es la expresión popular de un hecho elemental, el público juzga a los medios, dándole un valor a sus publicaciones, y estableciendo la posibilidad de que esté manipulado. Todo el mundo desconfía del político, pero en la evolución de las actitudes del público, nadie cree más en los medios.

La entropía del mundo político es muy particular, las pequeñas camarillas locales y los funcionarios públicos suelen estar pendientes de lo que publican medios con poca o nula influencia en la opinión pública, pero estos círculos alimentan dentro de ellos la percepción de que realmente es relevante lo que publican, entre políticos o servidores públicos comentan notas que han pasado sin la menor relevancia en las hipotéticas audiencias de los medios.

Crear nuevos medios

La mayoría de los millennials, como se le conoce a los jóvenes nacidos a finales de los ochentas en adelante, no han comprado un periódico en su vida, y posiblemente nunca lo hagan. Muchos han sido advertidos por sus padres o amigos de la manipulación informativa, dudan de la televisión y los grandes conglomerados mediáticos, y además no los necesitan, tienen al alcance de sus manos múltiples fuentes para consultar en unos minutos a través de internet. Lo que es más, están expuestos a ese especie de periodismo ciudadano que ha tomado por asalto twitter, facebook y los blogs. Con la diferencia de que la información que consumen en estos canales, no es producida por un anónimo que jamás conocerán, sino por sus amistades, contactos y otras personas en las que confían.

La sabiduría popular señala que la mejor publicidad es la de boca en boca, pero las redes sociales le han dado una proporción de dimensiones exponenciales al beneficio de generar este tipo de posicionamiento.

Hay muchas pruebas del impacto de esta conversión generacional, en 2012 la emblemática revista Newsweek dejó de imprimirse en papel, periódicos como el Chicago Sun Times despidió a sus fotógrafos y les dio cursos de fotografía con iPhone a sus reporteros, y ‘Lloyd’s List’, el periódico más antiguo del mundo dejó de imprimirse luego de 279 años.

Además de suplir parte del papel informativo de los medios masivos, las redes sociales han permitido replantear la relación entre ciudadanos y fuentes, no sólo eliminando los intermediarios, sino propiciando una relación directa que trae beneficios para ambas partes. A los ciudadanos comunes les es posible ponerse en contacto con personajes públicos, y los políticos tiene la posibilidad vincularse con sectores que de otro modo estarían completamente ajenos a su labor.

La oportunidad está abierta a cualquier servidor público que desee enlazarse con una audiencia creciente en internet, pero la resistencia a su uso como la incomprensión de la naturaleza de los nuevos medios ha retardado la adopción efectiva de esta vía.

Acostumbrados a los medios tradicionales, de naturaleza vertical, dónde el lector es un ente pasivo y distante, políticos e instituciones utilizan las redes sociales como una forma de canalizar notas en forma de boletín, difundir frase huecas, felicitaciones y efemérides, impidiendo establecer una relación que involucre a su audiencia, y alejándose con ello de cualquier posibilidad de éxito real en su pretensión de influir en la opinión pública.

Hoy más que nunca hay la posibilidad de perder el miedo a los medios masivos, contar con información de su poder real, e incluso darles la vuelta como conexiones con el público, pero para ello hay que comprender los fundamentos bajo los que opera una buena comunicación en la social media.

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