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La lengua es el instrumento esencial del político, saber utilizarla puede ser la diferencia entre la crisis más severa y el triunfo más contundente.

Pero como tantos aspectos de la comunicación política, hay vicios muy arraigados que obstaculizan su efectividad, uno de los más evidentes está en la oratoria.

Por décadas los partidos construyeron una forma de hablar en público ajena al uso común, era en sí mismo un código propio de los políticos, y se afianzaba en base a discursos en los grandes eventos protocolarios, en asambleas que eran una perorata formalista, concursos de oratoria en los comités de los partidos, y hasta la declamación como parte de la educación pública.

No importaba si el ciudadano promedio podía comprender algo de lo escuchado, hablamos de una época donde la lucha democrática era inexistente, y por lo tanto no importaban los efectos del discurso sobre el electorado, sino simplemente apegarse al código.

Aun hoy en día podemos escuchar políticos de una artificialidad notoria al momento del discurso, recurriendo constantemente a la palabra rebuscada, a las inflexiones teatrales, a las frases abstractas,  a las metáforas forzadas, a los gestos violentos como énfasis de lo dicho.

Esa conceptualización del discurso político es absolutamente contraproducente. 

El objetivo último de un discurso es influir en el oyente, persuadirlo, moverlo a la acción, deslizar su opinión hacía el espectro de mayor afinidad con el personaje, el partido o la institución detrás del discurso.

Para lograr esa misión, el primer paso (el único que vale al inicio del proceso de convencimiento), es la identificación, un grado mínimo de empatía que conecte al orador con su audiencia.

La empatía surge esencialmente de hallar un terreno común. El ciudadano encontrará más atractivo un personaje en la medida que comparta con él estilo, ideas, sentimientos, códigos.

Un político que arrastra las formas arcaicas de la comunicación oral, puede asumir que su forma de expresión es una cuestión de estética, de proyección de la inteligencia, una manifestación de elocuencia, cuando el único efecto real que provoca es un distanciamiento paulatino y definitivo con el público.

Hoy sabemos mucho más que hace pocos años sobre cómo opera la psicología política, la persuasión, y su conexión con la oratoria, y hay aspectos que es indispensable tocar cuando se trata de una discurso potente.

Cuenta algo

El gran diferenciador de la comunicación política caduca con la actual, es que ha quedado más claro que nunca el poder de la narración como herramienta persuasiva.

El espectador no quiere escuchar otro discurso político, pero hasta el final de sus días estará dispuesto a escuchar una nueva anécdota.

Todo proceso de storytelling incluirá un héroe, un villano, un reto, un planteamiento, un desarrollo y una conclusión. Como toda gran historia.

El nuevo reto de quién aspira a ser un gran discursante está en volverse un extraordinario narrador.

¿Quieres cautivar? Aprende a contar historias que atrapen.

 

Sé apasionado

Si lo que dices no te entusiasma a ti mismo, si no revelas nada personal en lo que dices, ¿Por qué habría de importarle a tu oyente?

Lo natural es esperar una acción del destinatario de tu mensaje, y siendo así, resulta natural que la dosis de energía que una idea inyecta en tí sea mucho mayor que aquella que buscas lograr en el público.

La pasión no es un asunto de gritos, aspavientos, y arengas motivacionales. La pasión debe ser una emoción autentica, nacida en tí, y proyectada con absoluta libertad sobre la audiencia.

No te limites, no sofoques el brio que tus ideas te provocan.

 

En la variedad está el gusto

Hagas lo que hagas, no seas monótono.

El cambio de ritmo, de volumen, de énfasis, de entonación de la voz, es lo que puede transformar un discurso irrelevante en una interacción rica. 

Esos elementos de la imagen verbal, son indispensables para manejar la atención del público, el recurso más precioso durante un discurso, y dominarlos es la clave para atraparla, mantenerla, y llevarla contigo hasta tu última palabra.

 

Sé natural

El cerebro humano está diseñado para detectar anomalías, discrepancias entre la comunicación corporal y verbal, tenemos una pequeña alarma contra los mentirosos y los farsantes.

Cuando intentas dar un discurso en el que no crees, ejecutado como un ensayo actoral, provocarás una reacción adversa en el cerebro de tu audiencia. No sabrán porqué, pero habrás dejado una mala espina.

Ensayar un discurso está bien, pero no se ensaya para actuar un discurso, sino para encontrar la mejor manera de utilizar tus herramientas de orador frente al público. Permítete siempre un rango de “improvisación”, para que el monólogo pueda sentirse en ciertos momento como una conversación de uno a uno.

 

Ante todo, provoca

La base de todo discurso memorable es la emoción que éste provoque en el espectador. De hecho toda pieza de comunicación política debe regirse por este principio.

Un discurso que enternece o enardece, que causa hilaridad o indignación, será un discurso de alta recordación.

La memoria humana está íntimamente ligada a las emociones, son ellas las que imprimen de manera indeleble los recuerdos más sustantivos de nuestras vidas. Es por esta misma razón, que cualquier discurso que vaya a inscribirse en la historia, es un discurso pronunciado desde la emoción.

En los cimientos del marketing está el poder de una pieza para quedarse grabada en la mente del mercado. Por mejor que sea la producción de un audiovisual, tiene valor sólo en la medida en que el público la recuerda. 

Lo mismo ocurre con el performance de un político que habla en público, si lo que dice resulta irrelevante, ha perdido el tiempo, el único recurso irrecuperable.

 

Algunos trucos

En línea encontrarás innumerables recomendaciones para hablar en público, que olvidarás al primer segundo de tomar un micrófono. Hagamos las cosas sencillas, te dejo solamente dos consejos prácticos sencillos de seguir y que te permitirán enfrentar mejor el momento de la verdad.

Controla la respiración: Al exponerte a una situación estresante como hablar frente a una multitud, tu ritmo cardiaco se acelerará, exacerbando los efectos del “pánico escénico”. En la medida en que respires con control, profundidad y lentitud, el ritmo bajará y podrás tener mejor dominio de la situación. 

Regálate un minuto previo: Dedica unos momentos justo antes de salir a pronunciar tu discurso a revisar tu arreglo personal, hacer algunas respiraciones para relajarte, colocarte en postura ganadora (está comprobado el aumento de testosterona en la postura de “Superman”). 

Siempre será mejor “calentar”, que sumergirte de súbito en un mar de gente.

En realidad no hay trucos

Ningún taller, curso, o consejo en particular va a volverte un gran orador.

La única manera de lograr un excelente performance hablando en público es hablando en público. Nada puede sustituir la práctica.

Al exponerte a estas situaciones puedes descubrir cuáles son tus principales deficiencias, ¿Los nervios son incontrolables? ¿Tartamudeas? ¿Tienes muletillas? ¿Hablas demasiado rápido? ¿Aburres? ¿Tu dicción es indescifrable? Esto sólo puedes detectarlo y cambiarlo en la práctica, y para ello es siempre importante ponerte en el lado de la audiencia, procura que tus discursos se graben en video para poder estudiarlos, encontrar tus áreas de oportunidad y ponerlas en práctica en la siguiente oportunidad.

Recuerda, el orador se forja frente al público, nunca antes.

Si prefieres adquirir habilidades en comunicación política antes de salir al estrado, ponte en contacto con nosotros para conocer los programas de entrenamiento para líderes y equipos políticos.

Enlaces útiles:

La ventaja de la inexperiencia 

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