fbpx

Un farsante con una imagen política poderosa asume siempre ciertos comportamientos, ensaya sus palabras, gestos y ademanes, prepara su disfraz, y la historia que va a contar.

Si la intención es engañar, la ruta luce muy sencilla, porque sus instrumentos son totalmente pragmáticos, convencer a los demás de ser alguien que no es.

La mayoría nunca actuaremos de esta manera, pero imaginarnos en esta posición es un instrumento sumamente útil.

Prácticamente la totalidad de los grandes talentos, se dediquen a la política cualquier otra actividad, pasan por una fase de «síndrome del impostor».

Se trata de esa sensación desagradable de no ser suficientemente apto, hábil, experimentado o inteligente como para aspirar a cierta posición, puesto o profesión.

Perfiles sobrecalificados tienden a caer de manera recurrente en el vicio de devaluarse frente a sí mismos y ante los demás, y se ha vuelto una forma común de autosabotaje que nos arrebata de personas valiosas para el ejercicio público.

Este obstáculo puede provocarte desde el desperdicio de valioso tiempo (a veces media vida), hasta la perdida de oportunidades invaluables.

Nadie puede “venderte” mejor que tú mismo, y superar esa modestia inútil potenciará tu proyección.

 

Por eso es siempre útil pensar como un farsante, es un ejercicio que te libera de los vicios de minimizar tus logros y tus talentos, y desaparece esa tradición cultural del menosprecio propio.

El farsante asume su papel, se trata de un rol, de una actuación.

El farsante reconoce que hay una distancia entre él y  la imagen política que busca proyectar.

Este dispositivo de disociación es indispensable para vender tu marca política, es obligatorio separar entre tu persona y tu personaje.

No se trata de crear una versión artificial de ti mismo, sino una versión simplificada, coherente con tu esencia pero sin complejidades que dificulte al ciudadano entender qué representas.

Si pretendes diseñar tu propia imagen política, te enfrentas a un reto enorme: te conoces demasiado.

Tus virtudes, y defectos, tus ideas, e intereses, son demasiado númerosos como para reducirlos con facilidad, y sientes que al hacerlo pierdes parte de ti mismo.

De eso se trata al generar una marca política personal: No adicionar, sino sustraer lo suficiente como para ocupar un espacio específico en el panorama en el que te desenvuelves.

No estás construyendo una fachada para una casa vacía, estás tallando una escultura, haciéndola más atractiva con cada trozo de marmol que cae el piso.

Cuando parezca imposible descomplejizar tu imagen, piensa como un farsante, qué haría él para crear un personaje creíble y confiable.

Cuando te asalte el pudor de plantear aquello que te hace ser mejor y distinto a otros personajes del ámbito político, piensa en la naturalidad con la que un farsante utilizaría esa información.

Pero no malentiendas esta idea, engañar al ciudadano es una ruta rápida para el suicidio político.

Crear una imagen política poderosa puede tardar varios años, pero la falsedad puede derrumbarla en un santiamén.

¿Quieres saber más sobre cómo desarrollar tu marca política personal? Ponte en contacto con nosotros. 

Enlaces útiles:

La marca política

5 elementos de una buena estrategia de campaña

Suscríbete a nuestro Reporte Especializado en Marketing Político

Suscríbete a nuestro Reporte Especializado en Marketing Político

Únete a nuestra comunidad y recibe antes que nadie nuestros artículos, recomendaciones, y ofertas especiales en cursos, webinars, coaching y eventos.

Gracias por unirte. Pronto recibirás tu primer reporte!

Share This

Comparte este contenido.

Difunde el conocimiento.